Diario de una Esposa Traicionada

Capítulo 228

Era Abril. Ella estaba parada en un charco de sangre con unas cortas botas blancas, y al verme detenerme al cerrar la puerta, lentamente retiró su mano y la cruzó sobre su pecho advirtiéndome:

“Cloé, te aconsejo que te rindas, deja de enredarte con Isaac.”

No podia creer que encontrara la dirección de mi casa tan rápido. Haciendo un gesto de desagrado le dije:

“Tanto tú como Andrea, si están enfermas, sería mejor que fueran al médico, o que buscaran a Isaac, y que dejaran de molestarme.”

“¡Ah, deja de fingir!” Me dijo y echó un vistazo dentro de la casa; después comentó con desprecio: “He investigado, si no fuera porque te casaste con Isaac, tu, una huérfana sin un centavo, ¿cuántas vidas necesitarías para poder vivir en una casa como esta?

Ella alzaba su pequeño rostro, mostrando esa arrogancia única de los ricos de manera desenfrenada.

Perdí la paciencia y dije con frialdad: “A ver, ¿y tú? ¿No es por suerte que la familia Monroy te adoptó, y ahora puedes estar aquí hablando así, metiéndote descaradamente en el matrimonio de otros?”

Pinchar el orgullo de alguien, ¿quién no sabría hacerlo? Si ella pisoteaba mi cara, no podía esperar que yo fuera amable.

mi nombre furiosa:

empuje lejos, mirando con desdén su pie que casi entró en

aceptas el vino pero sí el castigo, ¡ya no tengo por

llamas ser cortés al tirar sangre en la puerta alguien? Señorita Monroy, realmente no puedo aceptar

no quieres irte e insistes en aferrarte a

tiene Isaac, si él insiste en divorciarse

que me fuera, el que no quería divorciarse era Isaac, no yo. Nadie se atrevía

conmigo.

los problemas actuales de Montes Global Enterprises, casarse conmigo es la solución más rápida y fácil para Isaac. ¡Cuando él

dije sinceramente: “Tranquila. Entonces les deseo de antemano una feliz unión de cien años,

estaba a punto de cerrar la puerta. Quién iba a pensar, que incluso siendo yo tan poco conflictiva, ella todavía no estaba satisfecha, me llamo con arrogancia, gruñendo: “¡Cloé

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Capítulo 228

la miré con frialdad y pregunté: “¿Estás en tus días?”