Capítulo 35

El barrio en el que vivia Violeta era el más antiguo de Costa de Rosa.

Vivia en el último piso de un viejo edificio de seis pisos sin ascensor, con escaleras estrechas.

Si no hubiera sido por el taxista que la ayudó, no habría podido llevar el enorme cuerpo de Rafael hasta su casa.

Violeta sospechó durante un tiempo que él estaba fingiendo estar borracho.

Sin embargo, durante todo ese momento, Rafael no abrió los ojos ni hizo un solo ruido, parecía que incluso si lo dejaban en medio de la carretera no reaccionaria.

Después de ponerlo en su pequeña cama, Violeta estaba sudando por todo el cuerpo.

Esta era la casa que su abuela había alquilado después de enfermarse, siempre había estado sola.

Aparte de su mejor amiga, Marisol, nadie más había entrado a su casa, y mucho menos un hombre.

El fuerte olor masculino de Rafael llenaba la habitación, todo era extraño y desconocido.

Después de observarle desde el final de la cama durante varios minutos y asegurarse de que ni siquiera movería un dedo, Violeta finalmente se sintió segura y se cambió de ropa para salir.

Pero antes de cerrar la puerta del dormitorio, sacó la llave y la cerró por fuera.

temprano al día siguiente.

siempre pensaba que Rafael

Aunque era fin de semana, Violeta no podía quedarse ociosa, tenía que trabajar como promotora en la

la puerta durante un rato. No había ni un solo ruido proveniente del interior. Dudó un poco y luego giró la llave con cuidado para abrir la

parecía apretado en

pudo evitar acercarse un

indiferente quedaba

varios botones de su camisa estaban desabrochados. Sus marcados músculos eran tentadores bajo

veces, Violeta se sintió nerviosa y apartó la mirada, sus

que se inclinó hacia él y carraspeó: “¡Eh! Sr. Castillo, Sr.

despertarlo fue agarrada

a Rafael, quien no sabía

oscuros y profundos no mostraban signos de somnolencia o confusión, en cambio la miraban fijamente.

su mano y Violeta se tropezó, cayendo sobre su fuerte pecho.

sombra azul de la barba que le había crecido durante la

se detuvo por un momento, luego comenzó a latir más rápido.

como si la sangre se le subiera a la

tu…”

rostro recién aseado no tenía ningún producto de belleza, solo el suave aroma del jabón que usó para lavarse la cara. Su piel

ojos asustados y esos labios rosados y ligeramente abiertos, para Rafael, eran una tentación

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