—Eso no es lo que quiero saber. ¿No te has dado cuenta de que, aunque hayas alcanzado el rango de Marqués de las Artes Marciales y hayas entrado en la Alianza de Guerreros, sigues sin poder a pesar de tu fuerza? —explicó el señor Salazar.

Un poco aturdido, Jaime frunció las cejas.

«Me siento impotente dentro de la Alianza de Guerreros a pesar de mi poder. Por mucho que lo intentara, no podía ni siquiera destruir una casa. De hecho, ¡ni siquiera pude abrir la puerta principal de la mazmorra de la Alianza de Guerreros! Sin embargo, no es que no haya hecho nada dentro. Después de todo, maté a muchos dentro de la Alianza de Guerreros, y nadie fue capaz de detenerme mientras me abría paso».

Al ver la mirada de Jaime, el señor Salazar sonrió como si pudiera leer la mente de éste.

—¿No crees también que puedes entrar y salir por gusto de la Alianza de Guerreros sin que nadie te lo impida y que, después de todo, no son para tanto?

Aunque Jaime miraba en silencio al señor Salazar, ése fue el pensamiento exacto que se le pasó por la cabeza.

Jaime era ahora lo suficientemente valiente como para desafiar al presidente de la Alianza de Guerreros, Sion. De hecho, ya ni siquiera veía a los ancianos como una amenaza.

El señor Salazar tomó entonces un sorbo de café antes de continuar:

he recordado muchas veces que lo que estás viendo es sólo la punta del iceberg. Si la Alianza de Guerreros o las familias de artes marciales con cartas de triunfo son todo lo que ves, el mundo de las artes marciales de Cananea sería ridiculizado por el mundo entero. Puedo decirte que,

fue un shock para Jaime,

Sion no es más que una marioneta,

la Alianza de Guerreros. Lo único que sé es que necesito

convicción. En definitiva, la rescataría contra

contra la Alianza de Guerreros? ¿No tienes que enfrentarte también a los

éste conociera su identidad y su enemistad con los Duval. Para entonces,

Jaime, la sonrisa del señor

a Saulo, puedes empezar por la

incrédulo al señor Salazar. No podía entender

bien. Ya puedes

el señor Salazar se levantó para irse. Incluso cuando el señor Salazar se había ido, Jaime seguía

—Señor Casas, señor Casas…

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