Capítulo 32

La primera noche que paso en Nueva York, Jelena se preguntó cómo pudo haberse torcido su vida de esa manera. ¿Acaso no había sufrido lo suficiente desde el mismo día que se comprometió? Su mente volvió al pasado buscando la respuesta a sus preguntas. 

Recordó como al día siguiente de que su padre la hubiese abandonado en la casa de los Kuznetsov, se levantó muy temprano para esperarlo, pensando que seguramente iría con Karlen para que pudieran despedirse y le llevaría su ropa. Al final de la tarde, varias doncellas entraron con sus maletas en la habitación, señal inequívoca de que su padre había llegado. Sin poder contenerse corrió escaleras abajo esperando encontrarlos allí. Llegó sin aire al despacho donde se discutió su compromiso y, recordando sus modales, tocó la puerta y espero impaciente la autorización para entrar, el mismo Dimitri le abrió y al verla, la invitó a pasar. 

-Buenas tardes, Jelena -saludó con amabilidad el hombre. -Buenas tardes, señor Dimitri –respondió ella tímidamente. 

-Seré tu cuñado, así que llámame, Dimitri – dijo él brindándole una sonrisa a la chica. -Está bien, Dimitri – aceptó ella un poco más segura de sí misma-: ¿Puedo hablar con mi padre? He intentado llamarlo varias veces al móvil y no contesta, y cada vez que llamó a la casa, Anika dice que no ha llegado. -Tu padre no vino, envió tus pertenencias y los documentos donde me cede tu custodia con un chófer -respondió mirándola con compasión-. Lo lamento, si deseas hablar con él intentaré contactarlo. -No importa, gracias -respondió en voz baja. Todas sus esperanzas se vinieron abajo al darse cuenta de que su padre no la quería, no la dejó ni despedirse de su hermano. Tuvo que enfrentarse a lo que no quería creer: ella no era nadie, no era importante para su padre. En ese momento se sintió perdida y abandonada, todo su dolor se convirtió en rabia, levantó la barbilla y rígidamente abandonó el despacho de su cuñado. Se prometió que algún día, Iván le pagaría el haberla echado de su casa y separado de su hermano 

*** 

que llegó su equipaje, Jelena viajó a Londres en compañía de la tía Alexandra, su prometido y su futuro cuñado Benedikt. La

del avión donde abordaron de inmediato, sin trámites burocráticos. Un empleado de la familia se había ocupado del papeleo con anterioridad. Aunque acostumbrada al lujo, Jelena se sorprendió de lo grande que era el avión y

el de Alexandra. Lamento no haber memorizado el número de sus amigas ni de nadie de la familia de su madre, tendría que intentar recuperar sus redes sociales. Todo estaba en su antiguo teléfono, el que su padre le dijo que dejara en su casa el día que la engañó diciendo que iba a conocer a su prometido cuando en realidad la llevó para dejarla allí, no entendía por qué le quitó su móvil. Pareciera como si quisiera aislarla de las personas que se preocupaban por ella. Más tarde, Alexandra se ocupó de que agregara los demás números de la familia. Jelena la obedeció porque le caía bien la señora, pero no le interesaba tener el teléfono de su prometido ni de ninguno de sus cuñados. No tenía a nadie con quien hablar, a quien decirle lo que sentía; nadie que la ayudara a deshacer el nudo que todo el tiempo sentía en su garganta y que no la dejaba respirar profundamente. Resistió la tentación de escribirle a su padre. Se debatía entre las ganas de hablar con su hermano y la rabia de saberse ignorada, pero su orgullo ganó la batalla. Se recordó que ya lo había hecho en varias oportunidades para pedirle que la dejara hablar con Karlen, para despedirse y explicarle su partida, y sus mensajes habían sido ignorados. Lo que más dolía era que su pequeño hermano pensaría que lo había abandonado, ella era la persona más cercana a él y desaparecer de su vida sin darle explicaciones

debes ponerlo en modo avión para

-Fue su respuesta mientras cerraba el juego y le pasaba el

oportunidades en las que yo no esté contigo. Mira, es muy fácil. -Mikhail tomó el móvil al tiempo que acercó

profundo en un vano intento de calmarse, el olor de su prometido inundó sus fosas nasales sorprendiéndola por lo que la hizo sentir. «¡Qué bien huele!», pensó desconcertada. Avergonzada, se alejó un poco para tratar de recobrar la compostura. En silencio, escuchó su explicación y procedió a seguir sus instrucciones hasta que Mikhail vio que lo había hecho correctamente. En el momento en que su futuro esposo le devolvió el

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