Capítulo 4 Acuerdo de divorcio firmado

—señor Herrera, ¿desea ir a casa y comprobarlo? —preguntó Sebastián, al ver que Natán llevaba un rato sin contestarle. —No —dijo Natán en tono cortante «No es más que una mujer intrascendente que no merece mi esfuerzo». Al mismo tiempo, arrojó a Sebastián el montón de documentos que tenía en la mano con una mirada impasible. —Deshazte de esto. —Entendido —Para Sebastián era evidente que Natán no estaba de buen humor, así que se marchó rápidamente. Natán se removió en su asiento y ordenó sus pensamientos antes de lanzarse a trabajar. ¡Toc, toc! De repente, llamaron a la puerta. —Pasa. —Señor Herrera, la señora Herrera ha firmado los papeles del divorcio —Era Leonardo. Le pasó el acuerdo de divorcio firmado a Natán. Natán se quedó ligeramente estupefacto. Entonces recordó que había pedido a Leonardo que procediera con el divorcio a primera hora de la mañana. Salió de sus pensamientos y tomó el acuerdo de Leonardo. —¿No montó una escena? —No —respondió Leonardo. Julia era quien estaba detrás del acuerdo matrimonial entre Natán y la familia Suárez. Sólo había accedido al matrimonio por una razón: cumplir el deseo de su abuela enferma de verle casado. «Ahora que la abuela se ha recuperado, ya no me sirve esa mujer». Natán no tenía ninguna impresión de la mujer que había sido su esposa durante tres años. Ni siquiera recordaba su nombre. Sin embargo, como hombre de negocios, recordaba que la familia Suárez se había beneficiado de cincuenta millones al casar a su hija, por no hablar de los innumerables beneficios que habían obtenido de la familia Herrera. Natán había pensado que la familia Suárez plantearía exigencias desorbitadas durante el proceso de divorcio. No se esperaba que aceptaran tan fácilmente las condiciones.

Natán hojeó la última página del documento. —¿Cristina Suárez? Su delicada firma le llamó la atención. —¿Se llama Cristina Suárez? —Natán levantó la cabeza, enarcando una ceja en señal de ligera confusión hacia Leonardo. —Sí. La señora Herrera se llama Cristina Suárez —respondió Leonardo a pesar de no entender por qué Natán le había hecho esa pregunta. Una mirada insondable llenó los ojos de Natán tras recibir la confirmación de Leonardo. Al mismo tiempo, recordó lo que Sebastián había dicho antes. De repente, acontecimientos dispares se unieron para formar una narración coherente en su mente. —Revoca el acuerdo —ordenó Natán, con los ojos ligeramente entrecerrados. Leonardo se quedó estupefacto. Antes de que pudiera aclararse con Natán, éste le arrojó los documentos, se levantó de un salto de su asiento y se dirigió hacia la puerta. —

para interrogarla sobre el divorcio. Sin embargo, su teléfono sonaba sin cesar. —Hola —Cristina cedió y tomó la llamada a regañadientes con las cejas fruncidas. —¿Dónde estás? Vuelve a casa ahora mismo! —La voz de Gideon Suárez retumbó por el altavoz. Cristina ya podía imaginarse a su padre hirviendo de furia. Se apartó el teléfono de las orejas y preguntó con voz fría: —¿Qué pasa? —¿Qué ocurre? ¿Cómo te atreves a hacer esa pregunta? ¿No sabes lo que has hecho? —Gideon gritó tanto que Cristina pensó que su voz estaba a punto de perforarle el tímpano. —Te voy a dar una hora. Vuelve a casa de una puta vez. Era deprimente que un padre maldijera a su propia hija para que volviera a casa. Sin embargo, Cristina parecía haberse acostumbrado a las duras palabras. Rechazó de plano a su padre. —Tengo clase por la tarde. —¡No me vengas con esas tonterías si todavía te importa tu madre! —bramó Gideon, y enseguida colgó la llamada. Los labios de Cristina se crisparon al ver cómo se oscurecía la

soportar la traición de Gideon y se divorció del hombre sin compensación por el bien de Cristina. Sin embargo, su amabilidad y sus compromisos no la habían llevado a ninguna parte. En cambio, Gideon

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