Capítulo1
Irene Isabel miró los papeles del divorcio sobre la mesa, firmados con la rúbrica de su ex esposo.
Volvió a mirar hacia la ventana y, al resplandor de sus ojos empapados, la forma erguida de Alejandro Hernández era tan encantadora como de costumbre bajo el sol de la tar de, pero su espalda seguía mostrándose fría, solitaria, fuerte y convincente.
—Yo he firmado el papeleo, tú también deberías firmarlo. Quiero hacer todos los trámites legales contigo antes de que vuelva Beatriz.
Alejandro se llevó las manos a la espalda, sin mirarla siquiera.
—Como la propiedad se escrituró antes de que nos casáramos, no hay ningún problema de división de bienes, pero como compensación te daré dos millones de dólares más una casa en la ciudad de Carmen. Al fin y al cabo, al menos deberías recibir una compensación, si no, no podré explicarme ante mi abuelo.
Irene se quedó estupefacta ante sus despiadadas palabras y sintió que se le partía el corazón.
—¿Sabe el abuelo que te vas a divorciar de mí?
— ¿Y qué si no lo sabe? ¿Habrá alguna diferencia si me divorcio de ti o no?
Su delgado cuerpo ni siquiera podía ponerse de pie, sólo se aferró al borde de la mesa y preguntó con voz muy suave y lágrimas en los ojos.
— Alejandro, ¿podemos …… no divorciarnos?
Alejandro se volvió por fin y la miró con extrañeza.
Los labios y los ojos profundos del hombre, sus cejas severas, su rostro bien definido seguían haciéndole palpitar el corazón.
— ¿Por qué?
— Porque …… te quiero.
Los ojos de Irene enrojecieron, las lágrimas llenaron sus ojos.
— Te quiero Alejandro, sigo queriendo estar casada contigo. Aunque no sientas nada por mí.
— Ya he tenido suficiente, Irene, un matrimonio sin amor es una tortura constante para mí.
Alejandro hizo un gesto con la mano, ni siquiera tenía paciencia para seguir escuchando.
— Fue un error casarme contigo, sabías que lo hice sólo para provocar a mi abuelo, y sabías que ya estaba enamorado de alguien, sólo que por alguna razón no podíamos estar juntos. Ahora que han pasado los tres años y Beatriz ha vuelto de los EE.UU, me casaré con ella, así que tendrás que renunciar al cargo de señora Hernández.
Irene agachó la cabeza, y lágrimas de cristal cayeron sobre la mesa, se las secó disimuladamente.

Pero Alejandro seguía mirándole, y sus ojos se oscurecieron por alguna razón.
En ese momento sonó su móvil, y en cuanto vio el nombre en la pantalla se apresuró a contestar.
—Beatriz, ¿estás ya en el avión?
Qué tono tan amable, ¿de verdad es la misma persona despiadada con la que estuvo casada?
— Alejandro, he llegado al Aeropuerto Internacional—la agradable voz de Beatriz Sánchez llegó desde allí.
— ¿Qué? No es hasta esta noche ……
— Quería darte una sorpresa, Alejandro.
— ¡Espérame, Beatriz, ahora mismo paso a buscarte!
Con eso, Alejandro se fue sin dejar rastro.
Al cerra rse la puerta del estudio, el aire se llenó de tristeza.
Enamorada de él desde hace 10 años y casada con él desde hace 3, se dedicó a esta familia con la esperanza de conquistar su corazón, pero al final, resultó ser una tortura para él.
Ahora, Alejandro, como si volviera a ser libre, la ha abandonado sin piedad y se ha dado la vuelta para casa rse con la mujer que tanto anhelaba.
Le dolió mucho. Ella siempre ha sido apasionada en esta relación, y él, en cambio, siempre fue frío con ella como el hielo.
Irene suspiró con fuerza y sacudió la cabeza con una sonrisa amarga, las lágrimas borraron el nombre de Alejandro Hernández en el papel del divorcio.
Por la noche, Alejandro fue a recibir a Beatriz y la llevó de vuelta a Villa Mar.
La delicada y gentil mujer, se estrechó entre los brazos de Alejandro, el segundo hijo de la familia Hernández. Entró en la villa con ella en brazos. Beatriz con la cabeza alta, atrayendo la atención de todos.
—Alejandro, tú e Irene aún no se han divorciado. No creo… que debamos intimar demasiado. Si Irene nos ve, podría tener problemas con ella— le acarició Beatriz y le susurró.
—Eso no va a suceder.
Alejandro respondió sin vacilar, y sus ojos eran fríos.
— Además, yo no la quiero. No nos une más que un contrato, y ella debería saber cuál es su lugar.
La familia Hernández rodeó a Beatriz, expresando su cariño por ella, como si fuera la niña de sus ojos. Mientras tanto Irene ponía la mesa sola en el comedor.
En medio de la multitud, Alejandro divisó la solitaria figura de Irene y se mofó, curvando sus finos labios.
Pensó que hasta ahora seguía intentando gan ar se el favor de su familia. ¿Cree que así él cambiará de opinión sobre su divorcio?
Qué ridículo.
—¡Sr. Hernández! ¡Sr. Hernández!
Al poco rato, el mayordomo vino corriendo.
— Sra. Hernández… ¡La Sra. Hernández se ha ido!
—¿Se ha ido? ¿Cuándo?
— ¡Justo ahora! No se ha llevado nada. Sólo se quitó el delantal y salió por la puerta trasera. La llevaron en un carro ne gro.
Alejandro se apresuró a volver al cuarto, que estaba limpio y ordenado. En la mesilla de noche había un acuerdo de divorcio firmado, manchado de lágrimas.
Frunció el ceño, se acercó a la ventana y miró hacia fuera.
Un Rolls-Royce salía de Villa Mar a gran velocidad. Pronto no se veían ni las luces traseras.
Pensó. «¿No seguía siendo reacia a mar cha rse esta ta rde? ¿Cómo es que ahora huye más rápido que un conejo?»
Alejandro se sintió estafado. Sintiéndose furioso, sacó el teléfono y llamó a su secretaria.
— Averigua quién es el propietario del carro con matrícula M A9999.
— Sí, señor Hernández.
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