apítulo 1 tra el mes de junio, al amanecer, una hermosa mujer se desperto con fuertes dolores que le destrozaban el cuerpo y un dolor de cabeza insoportable en una suite presidencial de un hotel de cinco estrellas, en algún lugar de la ciudad capital, Truidjo, Ella se sentía completamente agotada. Su cabeza estaba que la mataba. Era como si hubiera despertado en el cuerpo de un „extraño. La joven era Sabrina Bracamonte. Se obligo a abrir los ojos y se posicionó hacia arriba. La vista ante ella la desconcertÓ. Era una cama enorme. Las sábanas estaban desordenadas con rayas de liquidos dudosos secos manchados, ropa tirada por la cana y el piso. Ropa que pertenecia a ella y a un hombre. Sabrina se sacudió del estado de shock en que se encontraba. Giró la cabeza y miró al otro lado de la cama. En la enorme y desordenada cama dormia el hombre del que ella había estado secretamente enamorada desde siempre. Fernando Santander, el soltero más cotizado de la capital. El Adonis de Trujillo. El agotamiento se dibujaba en su hermoso rostro. Sus ojos estaban fuertemente cerrados. No mostró signos de estar despierto. Estaba completamente desnudo. Su forma finamente esculpida quedó completamente expuesta ante los ojos de Sabrina. El martilleo en la cabeza de Sabrina empeoró aún más. Su respiración se aceleró. ¿Ella… lo hizo… con Fernando… anoche? Sabrina dejó a un lado el dolor punzante que tenía en su cabeza y se obligó a recordar lo que había sucedido la noche anterior. Anoche… recordó que había visitado a su madrastra. ¿Qué había pasado después de ello? Sus recuerdos eran muy borrosos. Su cabeza se sentía pesada y su cuello la estaba matando. En medio de la niebla nublaba su cabeza, fragmentos de recuerdos repentinamente destellaron. Recordó toques calientes, carne desnuda y luego que algo… No había duda al respecto. Lo hicieron. Debio haber sido su madrastra. ¡Su madrastra debió haberlos drogado! ¡Sabrina no podía pensar en nadie más que pudiera hacerle algo tan cruel! Sabrina sintió que sonaba una alarma en su cabeza. “Tenía que salir de allí, pensó. Intentó salir de la cama inmediatamente. Sabia perfectamente quién era Fernando Santander. El hombre destinado a heredar las cuantiosas fortunas de la familia más rica de Trujillo y el soltero codiciado con quien todas las mujeres jóvenes de cualquier familia respetable buscaban casarse. Un hombre que detestaba las insinuaciones de mujeres que no conocía. Enojarlo significaría la muerte. Sabrina imaginó la posibilidad de que Fernando se despertara ahora mismo. ¿Qué pensaría cuando viera el desastre? No habia manera de que ella pudiera hablar para salir de esta. Habia estado secretamente enamorada de éste hombre desde que era una niña. No quería que el hombre la detestase. Sabrina se apresuró a levantarse de la cama. De repente, algo salió disparado hacia ella desde el otro lado de la cama. Se envoivió alrededor de su esbelta cintura y tiró de su espalda con fuerza. Al siguiente instante, ya se encontraba atrapada debajo de alguien. Escuchó una voz masculina ronca, áspera por la ira y con la mandibula apretada. “Sabrina Bracamonte…….. ¿cómo te has atrevido a drogarme…” La mente de Sabrina se aclaró. La niebla que había nublado su cabeza se disipó de inmediato. Ella sacudió la cabeza frenéticamente. “Yo no lo hice: no fui yo…” °t;{kl6 } “¿No lo hiciste? ¿Comio es que terininaste en mi cama entonces? Fernando detestaba ese tipo de medios tan desvergonzados y sigiosos. Sus dedos se apretaron alrededor
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vista de nuevo, estás muerta”. El joven se puso el resto de su ropa con gran enojo. Fue entonces cuando Pamela, la hermanastra de Sabrina, irrumpió en la habitación repentinamente. La vista del desorden en la habitación la enfureció instantáneamente. Ella habia pensado que la droga los haría desmayarse y que no iban a llegar al punto de haber tenido relaciones. ¡No se suponía que no debian dormir juntos! Pamela ardia de rabia, pero rápidamente se recompuso. Ella estaba enamorada de Fernando. Este no era el momento para que ella cometiera un desliz y despertara sus sospechas. Todos los indicios de indignación desaparecieron de su rostro. Ella ahuecó sus mejillas en estado de shock fingido. “¡Sabrina, cómo pudiste! ¡Me dijiste que te casarías con Samuel! ¡Me lo dijiste ayer! Dijiste que estabas locamente enamorado de Samuel. ¡Pero mira lo que has hecho! Drogando al Sr. Santander y durmiendo con él. ¡Como te atreves!” Samuel Mendoza, era el hombre con el que los Bracamonte estaban obligando
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