Cinco horas después, Evrie finalmente se bajó del autobús en el pueblo y tomó otro colectivo para regresar a su hogar natal en Valle Dulce.

Arrastrando su maleta por un largo camino, llegó frente a su vieja casa desvencijada, donde una mujer estaba sentada afuera, comiendo maní, con su cabello rizado recogido detrás de las orejas, revelando una cara ligeramente áspera.

Era su madre, Marcela.

—Mamá.—

Evrie la llamó con un tono bajo y luego se calló, recogiendo su maleta y entrando a la casa.

No había mucha emoción de alegría entre madre e hija.

Marcela la siguió con la mirada, examinándola de arriba abajo con una mueca de insatisfacción.

—Te dije que volvieras guapa y mira cómo vienes, con esa ropa tan pasada de moda. ¿Acaso lo haces para molestarme?—

Evrie caminaba hacia adentro sin decir una palabra.

—Siempre con esa cara de funeral, si no fuera porque eres bonita, ¿qué hombre de por aquí te haría caso? Me amargas el día, de veras.—

hablada con una voz agria y dura, mientras Evrie hacía como que no oía, impasible, ya acostumbrada

reclamar un rato

celular para hacer una llamada, hablando con

tardó en llegar alguien, una mujer vestida como casamentera, con una

volvió? ¡Tengo que

a la casamentera y llevado a Evrie al salón, presentándola

hermosa y hábil, desde

escuchaba Evrie, más se inquietaba;

—¿Mamá, qué estás haciendo?—

cuando los mayores hablan, ¡esto no es asunto

la advirtió en secreto y luego la

te dije que no me voy a

Evrie se sentía absurda.

tomado agua, y su

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