Capítulo 125

Carol agarró su celular de un tirón cuando sonó, para descubrir que era una llamada desconocida y, con un gesto de fastidio, colgó directamente.

Pero el otro lado no se dio por vencido y volvió a llamar inmediatamente.

Carol contestó con poca paciencia, “¿Quién es?!”

“¡Baja! Tienes diez minutos,” respondió una voz helada del otro lado, y sin más, cortó la llamada.

De golpe, Carol se puso alerta. ¡Era el perro ese, aquel hombre que la había llamado!

“¿Quién era?” Tania, que también se había despertado, preguntó entre bostezos y con los ojos aún cerrados.

Carol tragó su ira y respondió,

“Nadie, sigue durmiendo, apenas son las cinco.”

“Ah.” Tania, aún medio dormida, se volvió a sumergir en su sueño.

Carol, con el móvil en mano, se fue al salón y salió al balcón para devolver la llamada, bajando la voz para no despertar a nadie,

“¿Estás loco o qué? ¿No te dije que no llegaras tan temprano? ¡Mira la hora que es! Interrumpir el sueño de la gente trae mala suerte, ¿sabías? ¡Te puede caer un rayo encima!”

“Te quedan 8 minutos. Si no bajas, subo yo a buscarte.”

Carol apretó los dientes con frustración, “¡Te las sabes todas!”

Colgó el teléfono de mala gana y se apresuró a arreglarse.

hijos, les dio un beso a

la entrada del urbanismo, no

a su alrededor, escuchó el

de un Volkswagen común y corriente al lado de la carretera, y ella desvió la mirada

de inmediato.

era rico y siempre andaba en carros de lujo;

bajó la ventana del carro y

quedó sorprendida; ¡él realmente había llegado en

rico, ¿por qué

se acercó, abrió la puerta trasera del carro y subió. Tan pronto como

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Capitulo 125

quejarse.

“¿Te

esta hora hasta los

arrancó el carro, saliendo del urbanismo.

nuca y murmuró

hijo, pero no prometo disponibilidad. No planeo quedarme mucho tiempo en Puerto Rafe y puedo irme en cualquier momento. Si decido dejarlo,

mis propios hijos y asuntos personales. No puedo estar en tu casa las 24 horas del día. Tienes que dejarme ir antes de las

el dia, también necesito poder

palabra, concentrado en

Carol, frustrada, insistió,

silencio como un sí. Además, no voy a trabajar gratis, tienes que pagarme y no a un precio bajo. Al

diez mil al dia,”

palabras, parpadeando incrédula, “¿Cuánto?”

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