Capítulo 257
Carol levantó las sábanas y salió del estudio, acercándose a in puerta del dormitorio de Ape.
Ella nunca habla sido muy astuta y
y sus
us pensamientos no eran complicados. Su manera de pensar era directa y sin rodeos.
Para comprobar si él era ese hombre salvaje de años atrás, jera simple!
Solo tenía que acercarse y echar un vistazo a su hombro.
Cuando la habia maltratado en el pasado, ella le habla mordido el hombro con fuerza. Si él era ese hombre salvaje, ¡seguro que tendría una mordida marcada en el hombro!
Por suerte. Ape no habla cerrado la puerta con llave.
Carol se deslizó silenciosamente en la habitación y, agachada, se acercó a la cama sigilosamente.
Aspen yacia boca arriba, con los brazos cruzados sobre su pecho, su postura era muy correcta.
Con los ojos cerrados y respirando de manera uniforme, parecia estar profundamento dormido.
Observando esa cara frente a ella, Carol se quedó pasmada por un segundo… ¡qué guapo se vela durmiendo!
No era exageración, él era el hombre más guapo que había visto!
Con un aspecto frio cuando estaba despierto, y con una belleza impresionante al dormir.
ojos brillantes y semblante varonil se quedaban cortas
Dios, cuyos rasgos no parecían
solo niños de poco más de cinco años, todavía
vinilidad ni
en el mundo del espectáculo,
era su personalidad… jun temperamento de los mil demonios y
¡Qué desperdicio!
los labios con pesar por su atractivo mientras agitaba su mano frente a
estaba,
no ver reacción
mordidas en su hombro, pero el todavía llevaba puesta la ropa, un pijama con cuello
redonda.
otra opción más que empezar a tirar de su cuello para bajar la ropa y exponer su hombro.
Pero entonces—
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mordida, isu muñeca fue
perdió el equilibrio y, tambaleándose, se hundió en su
contra su
cuando Aspen la arrastró hacia la cama, la volteo y
y con movimientos rápidos, agarró sus manos por encima de su cabeza y también sujetó sus piernas,
de la mesita de
también encandilaba los
los abrió de golpe, y al ver la expresión de Aspen, su corazón comenzó a latir descontroladamente.
fijamente, frunciendo el ceño y con una
fuerza en sus manos era grande, sin un ápice de piedad, como si estuviera lidiando con un enemigo,
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aterrador,
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