Capítulo 26

Desde que

la Srta. Nerea dejó caer su pañuelo en el Gran Torneo de Piedras Preciosas, el presidente lo ha tratado como un tesoro, llevándolo consigo a todas partes. ¡Qué descuido el suyo por no haberlo vigilado, permitiendo que esa joven estrella aprovechara la oportunidad!

Débora tampoco sabia qué habia hecho mal, después de enfurecer al jefe, lloró y le pidió disculpas sin parar, haciendo que el asunto se complicara cada vez más. Javier estaba realmente preocupado de que Roman, en su estado de confusión, pudiera hacer algo precipitado, así que rápidamente pidió a Gerard que ayudara a dispersar a los invitados.

-Presidente, usted ha bebido demasiado, déjeme ayudarlo a ir a su habitación a descansar.

En el armario de la habitación 1010, Nerea, quien al principio estaba nerviosa y llena de esperando, poco a poco se quedó dormida abrazando su cámara, hasta que su cabeza golpeó contra la

energíal parte trasera del armario y se despertó.

Frotandose la cabeza y echándole un vistazo al reloj, se preguntaba, extrañada, cómo habia pasado casi una hora y ellos aún no habían llegado. No se habian equivocado de número de habitación ni de hora.

Justo cuando estaba confundida, la puerta del hotel se abrió de golpe.

¡Ahi venian!

Nerea tuviera que cubrirse la nariz y la boca. Así que los

corriendo, y Nerea se esforzaba

del agua, y después de prepararlo todo para bañarse, dudaba si ayudarle a desabrocharse la camisa. Pero apenas se agachó, Roman abrió los ojos y lo reprendió

-Entonces me voy, presidente. Si necesita algo, llámeme, ¡por favor no se

en el dormitorio. Nerea, impaciente, pensó que ellos podría. haber empezado en el baño. Eso significaría que su viaje habia sido en vano. No, tenia

puerta del armario, una mano grande y veteada se le

la brillante luz del candelabro iluminó el oscuro armario, y

en su rostro, y al ver el bien definido y robusto torso

la vista, siguiendo el musculoso pecho del

¿Roman?

par en par, ¡cómo podía ser él!

la sorpresa y la alegría,

atrapado en

traste.

cervatillo acurrucado en el armario, su rostro se iluminó con una sonrisa, sin notar el aterrador cambio en la mirada del hombre

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