¿Tuvimos un hijo

Capítulo 227

El corazón de Óliver estaba muy agitado. Ambos eran de la misma edad, pero ¿cómo era posible que este hombre emane un aura tan densa con una mirada tan penetrante? Sabía que ese hombre era alguien a quien no se le debía molestar, además pensó que podría ser el novio de Anastasia. Óliver vio que Anastasia le dijo con entusiasmo:  —Óliver, te llevaré comida mañana. ¡Asegúrate de venir! —Claro. Te veo mañana—se fue con la computadora en las manos.  Anastasia se giró para cruzar mirada con el hombre de la mirada confundida que estaba en la puerta. Ella procedió a decir con calma:  —Deberías irte también. Ya es tarde.  —Explícame. ¿Quién es él y por qué te está ayudando a arreglar tu computadora?—la expresión de Elías era de molestia, como si le hubieran infringido sus derechos.  —Su nombre es Óliver Rosales y es nuestro vecino. Es un buen tipo que tiene un excelente trabajo—Anastasia se apresuró a presentarlo, luego se sintió un tanto molesta, ya que no tenía necesidad de explicarse. ¡Él podía interpretarlo como quisiera! El niño se apresuró a pronunciar:  —Señor Palomares, el señor Rosales vive al lado de nosotros. Hace una semana mi mami dejó su teléfono en el taxi y el señor Rosales lo tomó para regresarlo. También el señor Rosales es bueno con las computadoras. Mami no pudo seguir trabajando porque la computadora se descompuso, así que le pidió si podía venir y arreglarlo. ¡No piense otra cosa, señor Palomares! —Alejandro, ya es tarde. Vete a dormir—Anastasia consideró que su hijo era un entrometido, pues no tenía obligación de explicar las cosas con tanto detalle.  Al escuchar esto, Elías seguía molesto. Después de todo, él nunca permitiría que otro hombre se acercara a Anastasia.   —Señor Palomares, mi mami va a tener un auto nuevo mañana. ¡Ella dijo que me llevaría de paseo!—prosiguió Alejandro.  Elías se giró hacia la mujer.  — ¿Compraste un auto? ¿Tienes licencia?  —No me subestimes. Claro que tengo licencia—Anastasia la consiguió hace seis años cuando estaba en su segundo año de universidad, pero nunca había tenido la oportunidad de conducir.  —Alejandro, ve a la cama. Ya son las 10 de la noche, así que ¿qué esperas?—Anastasia se dirigió a su hijo.  De pronto el niño accedió.  —Ok. ¡Mami, señor Palomares, sigan hablando! No peleen, ¿sí? Me voy a mimir.  El niño volvió a su habitación. Tan pronto como cerró la puerta, Anastasia sintió un agarre fuerte en su brazo y una voz grave le advirtió: —Anastasia, no dejes que la gente sepa dónde vives en el futuro. ¿De acuerdo?  Ella miró hacia su muñeca y forcejeó.  —Óliver no es un hombre malo. No tienes de qué preocuparte.  —No juzgues a un libro por su portada. ¿Qué tan segura estás de que no tiene pensamientos indecentes contigo? Sólo tú y Alejandro están en casa, si tu cruzas con alguien con malas intenciones, ambos estarán en peligro—el corazón de Elías estaba rebosando de ansiedad. «¿Acaso no tiene idea del peligro en el que puede estar?  Era claro que Anastasia estaba consciente de ello. Era capaz de juzgar a las personas y para ella Óliver era una buena persona.  —Tú también eres alguien peligroso. ¡Vete por favor!—Anastasia dio un paso atrás e intentó deshacerse de él.  De todos los hombres que ella conocía, el único que más tomaba ventaja de ella y quien más le faltaba al respeto era nada más y nada menos que Elías.  —Estoy cansado. Deja me recuesto en tu sillón—Elías no quería irse porque estaba agotado. En realidad, había terminado su trabajo antes de tiempo para regresar lo más pronto posible. Sin mencionar que no había dormido en 24 horas. Anastasia quedó pasmada. Acaba de mencionar lo peligroso que era y ahora se rehusaba a irse de su casa.  —Elías, deja se jugar y vete a casa ya. Aquel hombre volteó a verla y cuando se fijó en sus ojos quedó en shock. Sus hermosos ojos estaban rojos, como si hubiera estado despierto toda la noche. Ella procedió a preguntarle:  — ¿Hace cuánto que no duermes?  Los ojos de Elías seguían rojos y sus finos labios formaron una sonrisa.  — ¿Te preocupa? Era obvio que estaba exhausto. Anastasia no estaba precisamente preocupada por él, sino que pensó que si seguía así podría llegar a enfermarse.
 
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