¿Tuvimos un hijo

Capítulo 265

—Chica lista. El cuarto del niño estará al lado del tuyo. No te preocupes. No te haré nada —aseguró Elías a Anastasia mientras subía al siguiente piso. Ella le siguió de cerca y se encontró no solo con el cuarto de su hijo pegado al suyo, sino que ambos estaban en el mismo piso que la habitación de Elías, que también estaba cerca de los otros dos. Una vez trajeron el equipaje de Anastasia, Elías dijo: —Le pediré a los empleados que acomoden tus cosas. —No te preocupes. Lo puedo hacer yo —comentó Anastasia, quien no estaba acostumbrada a dar órdenes a los empleados. Elías le asintió y le permitió acomodar su equipaje. Una vez terminó, Anastasia puso la ropa de Alejandro en su cuarto; después de todo, él era un niño en crecimiento. A pesar de que aún no había llegado a la edad en donde tuvieran que empezar a poner límites, era un buen momento para que fuera desarrollando su autonomía. Mientras se tomaba un pequeño respiro, Anastasia recordó la amenaza de Helen; sin embargo, no le podía importar menos. Si Helen se atrevía a traer a ese bastardo a su hijo, ella de inmediato lo enviaría a la cárcel. ¡Nunca lo perdonaría por haber abusado de ella en aquel entonces o haberla traumado! ¡Ese hombre merecía pudrirse en el infierno! Aunque fuera el padre biológico de Alejandro, ella no le tendría piedad. Cuando Anastasia se acercó al balcón de la sala en el segundo piso, se dio cuenta de que podía ver a Alejandro jugar desde ahí, por lo que se sentó y disfrutó de la vista. Mientras tanto, los empleados trajeron algunas frutas y el té de la tarde casi en cuanto la vieron. Esto, en definitiva, era un servicio de cinco estrellas. Poco después, Elías también se acercó al balcón y se sentó a su lado. Ambos observaron al pequeño jugando en el campo. —Parece que a Alejandro le gusta mi casa. —¿A quién no le gustaría una mansión lujosa? —replicó Anastasia con una risa. —Entonces, ¿estás diciendo que también te gusta? —preguntó Elías. —Por supuesto. —Si bien su pregunta la dejó sorprendida, decidió no mentirle. —Entonces, ¿por qué no te doy una oportunidad para que te la quedes? Cásate conmigo y esta mansión será tuya —sugirió Elías, alzando una ceja. Anastasia se quedó con la mente en blanco por unos segundos. Después, trató de cambiar el tema de conversación y le ofreció un pedazo de sandía. —Esta sandía sabe muy dulce, presidente Palomares. Deberías probarla. Él tomó el pedazo de sandía, aunque estaba algo indignado. Aun así, no presionó con el tema una vez le dio un mordisco, puesto que no quería asustarla justo cuando acababa de llegar. —¡Sí que tiene muchos empleados, presidente Palomares! —exclamó Anastasia. Había visto entre siete u ocho empleados en cuanto entró. —Se irán en un rato. Lo usual es que solo estén dos empleados para hacer el desayuno y la cena —explicó Elías, entrecerrando los ojos. Después recordó algo y se giró hacia ella para decirle: —Vamos, déjame enseñarte tu estudio. —¿Cuál estudio? —preguntó ella, anonadada. —Lo sabrás cuando lo veas. Elías se puso de pie y se metió a la casa, actuando misterioso. Anastasia lo siguió, curiosa, y llegaron a una puerta doble que daba al jardín al otro lado del piso. Elías la abrió y los rayos del sol de la tarde inundaron el lugar, llenando de vida a la habitación, la cual estaba decorada con plantas y una elegante mesa de trabajo de marfil; además, tenía una vista panorámica hacia el mar. Junto con unos muebles cómodos, era el estudio perfecto para un diseñador y era toda una preciosura de admirar. En verdad que ningún profesional le diría que no a tal estudio. Sería todo un placer trabajar en ese sitio. Todas las preocupaciones se desaparecían en un instante. Mientras Anastasia observaba todo esto, la voz de Elías sonó detrás de ella. —¿Te gusta? ¿¡Cómo no le gustaría!? Aun así, se giró hacia él y le comentó: —Puedo acomodarme y trabajar desde mi cuarto. No tenías que tomarte la molestia de preparar este estudio para mí. —No hay tal cosa como acomodarse para trabajar. ¡Esta será tu oficina a partir de ahora y todavía sigo esperando mi collar! —indicó Elías mientras entrecerraba los ojos y la miraba, inspirado. —Gracias. —Anastasia no presionó el asunto; después de todo, solo se quedaría ahí por un tiempo.
 
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