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Capítulo 37

Soraya, con la actitud de una rebelde sin causa, cubrió la cara de Cristián con besos desordenados. Él estaba a la vez enfadado y desesperado, pero no sabía cómo detenerla.

Chispita: “¡Caray, anfitriona! El nivel de desagrado está por las nubes, ¿qué gran cosa has hecho para enfurecerlo tanto? Realmente estás jugando con fuego“.

‘Calla, no me distraigas. Ahora puede que suba, pero en un rato bajará‘.

Con calmarle un poco los ánimos, todo estaría bien.

‘Ah, cómo me encanta cómo me detestas, pero no puedes deshacerte de mí. Mira qué interesante es todo esto. Andas por ahí con cara de pocos. amigos todo el día, como si todo el mundo te debiera millones. Ay, si tan solo pudieras sonreír un poco. Mi amor, si sonríes, hasta las flores palidecerían, mi esposo sí que es guapo. En toda la capital no hay hombre. que le haga sombra, esos músculos sí que están buenos. Seguro salvé la galaxia en mis vidas pasadas para merecerme un esposo tan guapo‘.

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Al escuchar sus pensamientos, Cristián, estaba a punto de estallar de ira, de alguna manera comenzó a calmarse tras sus últimas palabras.

el nivel de desagrado de repente se detuvo en

y continuó provocando a Cristián hasta quel parecía estar en fuego. Con tan atractiva distracción y variando las provocaciones sin llegar nunca al

poción: “Mujer fatal, si no puedes seguir, mejor no empieces, ¿quieres

dijo: “¿No es eso lo que les gusta

las mujeres. Soy hombre, ¿no ves que ya estoy listo?“.

estaba furioso. ¡Demonios! No era el tipo de hombre que se

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ante tal tentación. Tener a esa belleza encima de él, encendiéndolo sin parar, si no reaccionara, entonces

no sabía cómo: “Entonces… mejor lo dejamos.

casi se ahogó en

de la raya. Intentando negociar, le dijo: “Entonces te desataré. Pero no te enojes, no me golpees“. Cristián sonrió de una

“Tienes que prometerlo“.

aire profundamente y dijo:

ella, decidió liberarlo por su propia seguridad. Pero justo cuando pensaba escapar, fue atrapada por Cristián, quien la jaló de vuelta y se acercó a ella. Aunque éste tenía las piernas dañadas, sus rodillas seguían siendo fuertes y para lidiar con ella no necesitaba ponerse de pie; tenía fuerza más que suficiente. La disparidad de fuerza entre

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