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no tenía derecho a ser feliz. Y eso la deprimía aún más, haciendo que sus ojos, ya difusos de naturaleza, se llenaran de lágrimas, desenfocando aún más su mirada. Estaba tan sola, no era querida por sus padres, en sus años de vida solo había recibido desprecio por parte de los demás. Si al menos recibiera una muestra de cariño, quizás no se sintiera tan miserable. Cerró sus ojos y tomó una respiración profunda, eso no evitó que las lágrimas corrieran por sus mejillas. ¿Qué sentido tenía seguir viviendo así? Sin ni siquiera encontrar al lobo que al menos la querría. Lo que más le dolía era ver como los nuevos jóvenes de la manada casi revoloteaban de un lado a otro y algunos de ellos ya estaban encontrando parejas, y otros lobos espetaban o se tomaban su tiempo para cortejar a otras lobas, pero nadie se acercaba a ella. No porque casi se estuviera escondiendo, es que lo hacía porque ya se habían reído y comentado tanto sobre su ser, que otro más la podría destruir. Se llevó la mano a su boca intentando contener un sollozo con el pecho apretado cuando casi la fiesta de ese año se terminaba y todos comenzaban a salir del salón, completamente ajenos a ella. Otra vez era lo mismo. Sola, completamente sola y humillada. Ya. No aguantaba más. Este sufrimiento era en vano. Otro año más, donde solo la utilizarían por su olfato y la dejarían de lado, como un objeto, encerrada en una habitación oscura, sin esperanza alguna de ser salvada. Las lágrimas para ese momento eran tan densas que manchaban su rostro. Aun cuando le había pedido a la Diosa Luna una pareja o algo de amor en su vida, esta había sido igual de cruel que el resto que estaba a su alrededor. No podía confiar en ella, no podía confiar en nadie… no confiaba ni en sí misma. Y con la depresión siendo dueña de su ser, salió corriendo, chocando contra algunos cuerpos, pero sin tomarlos en cuenta. Lloraba desesperada, vacía, sintiéndose inútil y miserable. No se reconocía, no podría hacerlo, ella nunca había sido valorada o amada, y un ser sin recibir cariño… era igual a nada.  Corrió, corrió tanto que sus piernas quemaron, que sus pulmones se quedaron sin aire, que sus brazos ardieron por las heridas provocadas por las ramas. Se alejó sin sentido, sin una dirección. Solo quería apartarse de la manada, a un lugar tan alejado, donde no pudieran recriminarla. Solo cuando creyó desfallecer cayó de rodillas frente a un lago. Uno que reconoció que pasaba en los límites de las tierras de la manada. No se había alejado lo suficiente como para ser encontrada, pero si para tener algunos minutos de paz. Allí, con la suave brisa de la noche, golpeando su rostro y moviendo su cabello que caían en una cascada húmeda por los costados, rompió

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