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por su olfato y la dejarían de lado, como un objeto, encerrada en una habitación oscura, sin esperanza alguna de ser salvada. Las lágrimas para ese momento eran tan densas que manchaban su rostro. Aun cuando le había pedido a la Diosa Luna una pareja o algo de amor en su vida, esta había sido igual de cruel que el resto que estaba a su alrededor. No podía confiar en ella, no podía confiar en nadie… no confiaba ni en sí misma. Y con la depresión siendo dueña de su ser, salió corriendo, chocando contra algunos cuerpos, pero sin tomarlos en cuenta. Lloraba desesperada, vacía, sintiéndose inútil y miserable. No se reconocía, no podría hacerlo, ella nunca había sido valorada o amada, y un ser sin recibir cariño… era igual a nada.  Corrió, corrió tanto que sus piernas quemaron, que sus pulmones se quedaron sin aire, que sus brazos ardieron por las heridas provocadas por las ramas. Se alejó sin sentido, sin una dirección. Solo quería apartarse de la manada, a un lugar tan alejado, donde no pudieran recriminarla. Solo cuando creyó desfallecer cayó de rodillas frente a un lago. Uno que reconoció que pasaba en los límites de las tierras de la manada. No se había alejado lo suficiente como para ser encontrada, pero si para tener algunos minutos de paz. Allí, con la suave brisa de la noche, golpeando su rostro y moviendo su cabello que caían en una cascada húmeda por los costados, rompió en llanto, uno que partiría el corazón de cualquiera que la escuchara. Sus manos apretaron fuerte la suave tierra debajo de ella y sintió como su pecho se fue vaciando, hasta sentirse cada vez más ligero. Si nadie la quería, por qué tendría que seguir viva. Y esto era algo que debía haber hecho antes. Quizás se hubiera ahorrado tanto sufrimiento. Lentamente, levantó su mano dejando salir sus garras. Si cortaba las venas de su muñeca, solo sentiría un leve dolor y después todo se desvanecería, se pondría oscuro y ella solo descansaría al fin. Una leve sonrisa apareció en su rostro. Por primera vez en años se sintió feliz por tomar una decisión propia. Y así lo hizo. Levantó su otra mano, allí donde las venas azuladas palpitaban y acercó sus garras a ella. Nada más tendría que desgarrarlas rápido. Una de sus garras tocó la fina piel cuando. «Detente» la voz en su cabeza hizo que su cuerpo se detuviera en seco completamente. Paralizado y todo a su alrededor se volvió negro por unos segundos. Solo las lágrimas volvieron a correr por su rostro poco después y cuando reaccionó sus garras se habían retraído completamente y no podía desenfundarla. Como si algo no dejara que pudiera terminar con todo

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