Capítulo 296

Aunque Camilo siempre hablaba de dinero, me hospedó en un hotel de seis estrellas de Villa del Mar. Había planeado volver a Puerto Nuevo esa misma noche, pero Camilo me dijo por teléfono: “Mañana voy a Puerto Nuevo, puedo llevarte de paso.”

“Está bien.” No iba a desaprovechar la oportunidad de un viaje gratis en un Bentley.

Al día siguiente, había pensado dormir hasta tarde, pero una llamada me despertó.

“Baja.” Era la voz perezosa de Camilo.

Después de despertarme dos días seguidos, no pude evitar sentirme irritada: “Camilo, ¿volviste a dejar de dormir en la noche?”

“Vaya, ¿alguien se levantó con mal humor?”

Respiré hondo para calmarme y sonreí preguntándole “¿Cómo podría? Solo me preocupo por ti. Camilo, tan temprano en la mañana, ¿qué asuntos te traen por aquí?”

Camilo bostezó: “Fabiola quiere verte.”

“¿Eh?”

Me sorprendió un poco, y contagiada por él, bostecé mientras me levantaba de la cama: “¿Ahora?” Él dijo de repente con sarcasmo: “¿Qué más? ¿Acaso estoy tan desocupado que no tengo nada mejor que hacer que esperarte aquí a estas horas, o es que he estado secretamente enamorado de ti durante años?”

cambié de ropa y bajé con mi bolso. El Porche del principito Galindo estaba estacionado con arrogancia, y él se apoyaba casualmente en el auto, con la cabeza ligeramente inclinada, jugando con un

él diciéndole:

corriendo con

vistazo a su reloj y desinteresadamente dijo:

criticando mi

ceja y sonreí diciendo: “Tómalo como

intenté subir al asiento trasero

un honor que condujeras.”

derecho en el asiento del copiloto. Había que adaptarse a las circunstancias. En aquel momento entendía por qué me había enviado la ubicación de Residencia Bella Vista; ese era su plan todo el tiempo. A regañadientes rodeé el auto para sentarme en el asiento del conductor, justo cuando pensaba quejarme de su falta de caballerosidad, vi que sacó una máscara para dormir de quién sabe dónde. Se recostó y se quedó dormido al instante. Ese hombre debió haber sido-un

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Capítulo 296

asiento del copiloto seguía durmiendo

el hombro y lo llamé: “¿Señor Camilo?”

No hubo respuesta.

“¿Camilo? ¿Camilo?”

adelante, llámame por

con los ojos todavía adormilados: “Cuando dices ‘señor Camilo’, siento que no hay sinceridad e incluso

me comportaba más como un erizo que hacía lo que quería cuando estaba con él. Dejando de lado la precaución y la sensibilidad.

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