Mientras el padre y la hija hablaban, un criado entró apresurado en la residencia.

—¡Señor Gabaldón, señora Gabaldón! ¡El señor Heliodoro Delgado ha venido a ver a la señorita Gabaldón!

—¿Heliodoro Delgado? ¿Por qué ha venido a verme?

Un sutil ceño apareció en el rostro de Astrid.

—Hm, Heliodoro tampoco está mal. Puede que no tenga éxito, pero es un buen hombre —comentó Fernando, dedicándole una sonrisa a su hija.

Astrid volvió a poner los ojos en blanco.

—No voy a hablar más contigo.

Dicho esto, la mujer se dirigió a la puerta para averiguar por sí misma qué había traído a Heliodoro a su casa.

Heliodoro estaba en la puerta con un traje impecable cuando Astrid se encontró con él. Parecía que le había dedicado tiempo y esfuerzo para lucir bien para la visita.

—¿Qué quieres, Heliodoro? —preguntó Astrid.

Aunque Astrid había salvado al hombre en Ciudad Dichosa, eso no significaba que le tuviera cariño. De hecho, no le gustaba ninguno de los jóvenes de Ciudad de Jade.

Cuando Heliodoro vio a Astrid en la puerta, sus ojos brillaron de emoción.

—Siento molestarla, señorita Gabaldón. Tengo algo que discutir con usted —le informó mientras se acercaba a ella.

—¿De qué se trata? No hace falta que te acerques tanto para hablar conmigo.

la coquetería de Heliodoro la

no es lugar para hablar, señorita Gabaldón. Vayamos a otro sitio —insistió Heliodoro con una

está. Si no, vuelvo a entrar. No

hablar, Astrid se dio

trata de Jaime. ¿No quiere saber lo que tengo que decirle?

detuvo en cuanto

pasa con

los ojos de Heliodoro al ver lo preocupada

lugar. Las paredes tienen oídos. Se lo contaré

esto, abrió caballerosamente la puerta de su coche. Astrid se mostró reacia al principio,

arrancó el motor y se dirigió a un hotel. Mirando a la mujer del

nunca había sonreído así, pero su expresión pasó desapercibida para

Ciudad Dichosa, Jaime estaba sentado con las piernas cruzadas entre los numerosos núcleos de bestia que había en el suelo. Los núcleos de bestia ya se habían reducido a la mitad en

medida que disminuían, el poder

ya había alcanzado el segundo reino del Alma Naciente. Aunque sólo era un magro

es lugor poro hoblor, señorito Goboldón. Voyomos o

yo está. Si no, vuelvo o entror.

dio

quiere sober

detuvo en cuonto

poso con

brilló en los ojos de Heliodoro ol ver lo preocupodo

otro lugor. Los poredes tienen oídos. Se lo contoré todo

de su coche. Astrid se mostró

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