No podía creer que Heliodoro se atreviera a presentarse de nuevo en su casa después de lo que le había hecho.

El criado se aterrorizó al sentir la intención asesina, así que se marchó de inmediato a buscar a Fernando.

Mientras tanto, Heliodoro, de pie en la puerta, se sentía nervioso con todos los regalos en sus manos. Su situación le recordaba a la de alguien a punto de conocer a sus futuros suegros.

Justo cuando el pobre hombre esperaba en la puerta, una sombra apareció de repente ante él.

—Señorita Gabaldón... —Exclamó Heliodoro nada más ver a Astrid.

—¡Eres un animal, Heliodoro Delgado! ¡Te voy a matar!

Astrid lo miró fijamente mientras la ira hervía en su corazón, y le propinó un puñetazo.

El hombre se quedó estupefacto. No tenía ni idea de lo que había hecho para provocar la ira de la mujer.

—¡Señorita Gabaldón! ¿Qué está...?

Antes de que pudiera terminar, Heliodoro sintió un doloroso puñetazo aterrizando en su pecho. La sangre brotó de su boca y su cuerpo voló hacia atrás hasta chocar contra un coche cercano.

El coche quedó abollado por el impacto.

El ataque de Astrid dejó a Heliodoro luchando por su vida. Cuando por fin se puso en pie, vio que Astrid volvía a cargar contra él para asestarle otro golpe.

En el fondo, Heliodoro clamaba por ayuda, pues no sabía qué había hecho para que Astrid se enfureciera tanto como para querer matarlo.

la capacidad de esquivar sus ataques, Heliodoro sólo podía ver

—¡Detente!

a Heliodoro y neutralizó

me detengas, papá! ¡Tengo que matarlo! —bramó Astrid

Astrid? ¿Por qué haces esto?

a contarle a su padre

matarlo

hija se negaba a contarle nada, Fernando se

ha pasado, señor Delgado? ¿Por qué quiere

estaba igual de confuso. Sacudió la cabeza y

sé. Empezó a lanzarme amenazas

algo? —preguntó Fernando frunciendo

metiera en una pelea sin una buena razón. Aunque era un poco

le he

en ese momento. Era inocente y sólo había ido a ver a Astrid con regalos como muestra de su gratitud hacia ella. No esperaba en absoluto que Astrid le hiciera

copocidod de esquivor sus otoques, Heliodoro sólo podío ver cómo dirigío sus puñetozos hocio él

—¡Detente!

tiempo. Escudó o Heliodoro y neutrolizó el

me detengos, popá! ¡Tengo que motorlo!

qué

o su

que motorlo

ver que su hijo se negobo o contorle nodo, Fernondo se dirigió ol

The Novel will be updated daily. Come back and continue reading tomorrow, everyone!

Comments ()

0/255