—¿Qué te pasa que tienes tanta prisa, Romina?

Al ver a la mujer de mediana edad, Santiago se adelantó y formuló esa pregunta.

Resultó que la mujer de mediana edad era su esposa, Romina Arias.

—Hada…

Romina acababa de abrir la boca cuando se detuvo en seco. Sus cejas se fruncieron imperceptiblemente y miró a su alrededor.

En ese momento, la expresión de Santiago cambió, su aprensión tan clara como el día.

—¿Qué le pasa a Hada, Romina? —preguntó.

Sin embargo, Romina hizo un gesto con la mano para callarlo antes de cerrar los ojos un poco, como si tratara de discernir algo.

Al ver eso, Santiago comenzó a sudar frío.

Hizo algunos sellos con la mano derecha. Rayos de luz parecidos a los de las luciérnagas llovieron por toda la sala, ocultando al parecer un aura particular.

Poco después, Romina volvió a abrir los ojos. Frunciendo el ceño, musitó:

de una mujer en

¿Por qué yo no

olfatear

de mentir! ¿Ha entrado una

antes y le dije que me hiciera unos recados —explicó

si este olor no

frunció el ceño, con

que le pertenece! Le estás dando demasiadas vueltas a las cosas. ¿Cómo podría entrar una mujer si aquí es el reino secreto? —la tranquilizó Santiago con cariño, adelantándose y rodeándole

no se te permite tener ningún designio con esas pocas sirvientas, aunque no haya otras mujeres. Hace tiempo que me di cuenta de

mente, Romina! Yo soy el amo aquí ahora, ¡así que no puedo meterme con las

no tardó en

decías de

fue! —exclamó

la Cueva

al plano mundano. Se escabulló

¡Pum!

a

siquiera puedan vigilarla! Enviaré hombres a buscarla ahora

hombre tan furioso, Romina

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