Capítulo 7

Rafael solo con la punta de la navaja, logró abrir una botella de Tequila Añejo.

Violeta observaba fijamente la navaja, “Esa navaja…”

Rafael la manejaba con destreza entre sus dedos, su mirada parecía sonreír, “Esta navaja es buena, es suiza, tanto el agarre del mango como la pureza de la hoja son de primera.”

“¡Es mia!” Violeta no podría equivocarse.

¡No era de extrañar que no pudiera encontrarla, resulta que él la había robado!

Rafael recogió su muñeca, pero no parecía tener intención de devolvérsela.

La conversación entre los dos ya había atraído la atención de todos en la sala, un joven ebrio se rio y dijo: “Si quieres la navaja, solo tienes que quitarte la ropa.”

Violeta se quedó inmóvil.

Todo el lugar estalló en risas, para estos ricos, esto era solo un juego.

“O podríamos ayudarte a quitártela y tirarte a la calle desnuda.”

Violeta apretó las manos, sus nudillos estaban tan blancos que se volvían azules, miró a Rafael, su rostro seguía siendo el mismo indiferente de siempre.

sala resaltaba su expresión, igual a la que tenía cuando se encontraron en su casa, como si estuviera sola en un precipicio, pero sus

momento de distracción.

su mano en los botones de su ropa, él frunció el

solo una

en

gente como él no entendería, apretó los dientes, las miradas de

entendido la situación desde hace tiempo, regañó al joven insolente, se acercó y dijo: “¿Qué tal si cantas una canción para

ella se sintió humillada, ¡pero cantar

todas sus fuerzas: “Te vas Alfonsina con tu soledad, ¿qué poemas nuevos fuiste a buscar? Una voz antigua de viento y de sal te requiebra el alma y la está llevando. Y te vas hacia allá como en sueños, dormida, Alfonsina, vestida de mar….”

la sala quedó en silencio.

rascó la oreja, preguntó con dolor, “Señorita,

sabía cantar, se sintió muy avergonzada,

quedó sin palabras.

bébete el resto de esta

que había permanecido en silencio todo el tiempo, de repente habló.

la botella de tequila que quedaba, apretó los dientes, “¿Si me la bebo me devolverás mi

cigarro con calma, y

través de la cual podía ver vagamente la sonrisa fría de su boca, juzgó la veracidad de sus palabras, y en tres segundos tomó una

dijo, “Todos son testigos,

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