La Novia Equivocada Novela de Day Torres

LA NOVIA EQUIVOCADA By Day Torres CAPÍTULO 3

CAPÍTULO 3. El que se trague el cuento, pierde

no me arriesgo yo! —murmuró Paul—. Pero en fin, ya cuando se te pase el coraje reconsidera lo de despedir a la muchacha. —¡Claro que no! ¡Es una insolente, fresca, bocona, irrespetuosa, grosera, molesta como el demonio, y “desnuda-hombres-en-ascensores”! —exclamó Nathan. —Pero está como quiere, y solo te quitó los zapatos. Con ella yo me metía a ese ascensor sin pensármelo dos vec… —¡Paul! El hombre suspiró con condescendencia. —Solo digo que no seas tan ligero, a lo mejor la chica depende de esto para sobrevivir. Y a ti no te vino mal que alguien te bajara los humos por una vez —replicó el abogado—. Y ahora dime, ¿para qué me llamaste? Nathan sacudió la cabeza tratando de calmarse y luego alcanzó una hoja de papel que había sobre su escritorio. —Necesito que encuentres a la mujer que maneja este coche —dijo entregándole las placas que el guardaespaldas había anotado. Paul asintió con la cabeza mientras miraba el papel en la mano de Nathan. Mientras escuchaba la petición, sus ojos brillaban con interés. —¿Qué hay con ella? —preguntó. —Ayer una mujer salvó la vida de Sophia y rechazó una jugosa recompensa. Eso quiere decir que debe ser una persona resuelta, valiente, con integridad y espíritu de servicio. Es muy importante para mi familia y debes encontrarla lo antes posible. Yo no la conocí, solo tengo ese número de placas, así que lo dejo en tus manos. —OK, puedo encontrarla, ahora quiero que me expliques qué es eso de “importante” —lo interrogó Paul. —Pienso casarme con ella. La carcajada de Paul se extendió por la oficina hasta que se dio cuenta de que no era un chiste. —¿Es en serio? —murmuró un poco espantado. —Sophia ya tiene seis años, necesita una madre —respondió Nathan—. Una mujer capaz de dar la vida por ella me parece más que adecuada para cuidarla. Paul Anders se levantó y caminó frente a él. —¿Estás loco? Si me dices que te enamoraste y quieres casarte lo entiendo, pero lo que estás buscando es una empleada. —Exactamente —dijo Nathan sentándose en su escritorio—, una empleada a la que estoy dispuesto a darle los mayores beneficios por convertirse en la madre de mi hija, pero nada más. Sabes que enamorarme… Eso no es algo que vaya a pasar nunca más, Paul. Marilyn fue el amor de mi vida, era una mujer noble, dulce, tímida, que controlaba todo ese fuego que había en mí… Ese sentimiento no podrá replicarse nunca. Paul Anders lo miró en silencio. ¿Fuego? Ese ya estaba completamente apagado. A lo mejor lo que su amigo necesitaba no era una mujer sumisa que lo obedeciera, sino a alguien que volviera a avivar aquella chispa. —Está bien, lo haré, buscaré a esta mujer, pero tienes que prometerme: Tres meses de compromiso, nada de casarte como si la hubieras embarazado, date tiempo de averiguar si es lo mejor para tu hija. ¿De acuerdo? Nathan asintió, porque le parecía razonable y porque sabía que si no accedía Paul saldría corriendo a contarle el chisme a su abuelo, el patriarca de la familia Wilde. Lo que sí no se imaginaba el CEO del grupo KHC, era que el abogado saldría de allí en una dirección un poco diferente. Paul pidió referencias en la recepción y luego fue al pequeño almacén de los correos. Miró a la chica que estaba acomodando cajones por todos lados y sonrió. —Zapatos rojos, tú debes ser Amelie, la chica del correo —el hombre alargó la mano y Amelie se la estrechó—. Yo soy Paul Anders. —¿Qué puedo hacer por usted, señor Anders, en los minutos que me quedan aquí? —preguntó ella con un suspiro. —Pues para empezar, recuperar tu puesto —dijo Paul con una sonrisa—. ¿Necesitas mucho el trabajo, verdad? —Amelie asintió—. Entonces ve a hablar con el Presidente King, sé que parece un ogro, pero en el fondo tiene buen corazón, y sobre todo le gusta que lo adulen. Amelie se cruzó de brazos. —¡Pues jodidos vamos porque yo no soy buena para eso! —declaró y Paul le abrió los ojos, aguantándose la risa—. ¡Ay, perdón! —Tú imagínatelo como una obra de teatro, no puede ser la primera vez que le mientas a alguien —Paul se encogió de hombros—. Hazle la pelota, arrodíllate a sus pies, incomódalo hasta que se apiade de ti. Él se hará el ofendido y tú la víctima indefensa. ¡El que primero se trague el cuento, pierde! Amelie lo miró con ojos brillantes y sonrió. —Usted tiene una mente muy macabra… ¡me gusta como piensa! Pero no será tan fácil que CEO me reciba. —No te preocupes por eso, a las doce del mediodía me desharé de su asistente! —dijo Paul—. Te conseguiré diez minutos, procura aprovecharlos. Amelie apretó los labios y suspiró con determinación. —¡Por supuesto que sí, gracias señor Anders! Si había que hacer todo un espectáculo para poder conservar aquel trabajo entonces lo haría. Al final aquel hombre tenía razón, no sería la primera vez que tendría que ofrecer disculpas inmerecidas, sobre todo cuando era más pequeña y la caprichosa de Stephanie le hacía la vida imposible. “Bueno, Meli, también le pusiste tacones al hombre… ¡eso te pasa por impulsiva y por bocona!”, se regañó. Pero finalmente estaba decidida a conservar aquel trabajo, así que en cuanto dieron las doce, se apostó en una esquina y vio cómo el señor Anders se llevaba a la secretaria del CEO. Enseguida corrió hacia su puerta y entró sin pedir permiso, pero estaba a punto de disculparse cuando se dio cuenta de que no había nadie. —¿Señor King…? ¿Señor King? —llamó abriendo otra de las puertas y gritó girándose bruscamente. —¡Maldición! —gritó Nathan terminando de cerrarse la bragueta—. ¿¡Qué haces en mi put0 baño!? —¿Preferiría que lo persiguiera en el baño de alguien más? —preguntó Amelie con tanta inocencia que Nathan no se lo podía creer. —¡Preferiría que no me persiguieras en absoluto! ¿Qué demonios haces aquí? ¿Cómo entraste? ¿Qué quieres? Y por más raro que fuera aquello, cuando Nathan fijó en ella aquellos ojos claros y penetrantes, Amelie tembló y no era de miedo, estaba a punto de salir corriendo de allí pero Nathan la sujetó por el brazo. —¡No te atrevas a irte! —gritó acercándose más a ella y la muchacha sintió que se aflojaban las rodillas. Nathan King despedía un olor a hombre que nublaba la vista—. Ahora me vas a decir qué demonios estás haciendo aquí y si no lo haces… —Espere, señor King, espere —dijo Amelie con voz suplicante—, he venido para ofrecerle disculpas. No quería ofenderlo, pero estaba tan nerviosa que no pensé en lo que estaba haciendo. Lo único que quiero es conservar mi trabajo, por favor no me despida, se lo ruego. Nathan la soltó, mirándola como si de repente le hubiera salido otra cabeza. —¿Es una jodida broma, verdad? ¿De veras pretendes que no te despida después de cómo me faltaste al respeto? —gruñó—. ¿¡Y encima te metes hasta mi baño privado y me ves medio desnudo!? —¡No, no, no, yo no vi nada, nada de nada, se lo juro…! —pero la cara de Nathan solo le advirtió que lo había empeorado—. ¡Digo que seguro que hay mucho! ¡Seguro que hay mucho, muchísimo que ver…! Para ese momento los dos estaban rojos como tomates y Amelie ya no sabía ni lo que hablaba. Solo le llegaron a la mente las palabras del señor Anders: “Él se hará el ofendido y tú la víctima indefensa. ¡El que primero se trague el cuento, pierde!” Un segundo después Amelie hacía el mayor acto de su vida cayendo a los pies de Nathan King. —¡Ay señor CEITO, no me despida! —suplicó juntando las manos mientras Nathan la miraba con espanto—. Yo soy una pobre chica indefensa y nunca he visto muchos hombres en mi vida, y cuando lo vi en el ascensor me deslumbré… —¿¡Eh!? —¡Es todo culpa suya! ¡Si usted

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