Receta para robarle el corazón al Dr. Farel
Capítulo 50
La sala estaba sumida en una oscuridad profunda, sin ninguna luz encendida.
Farel, siguiendo el camino conocido, llegó al dormitorio. En el suelo, junto a la mesita de noche, había un vaso de vidrio hecho añicos y en la cama grande había un bulto pequeño, tan encogido que apenas se veía.
Se acercó y retiró la cobija, descubriendo el rostro encendido de una mujer; tenía los ojos fuertemente cerrados y parecía estar con mucho dolor.
Enseguida se dio cuenta de que algo andaba mal.
—¿Tienes fiebre?— preguntó Farel, frunciendo el ceño, mientras posaba el dorso de su mano en su frente.
El calor le hizo temblar las puntas de los dedos.
¡La temperatura era demasiado alta!
Miró a su alrededor y, al no encontrar un termómetro, fue por un botiquín de primeros auxilios y sacó una pistola de temperatura que pitó al contacto con su frente.
39.9 grados.
Estaba ardiendo en fiebre.
Con el ceño aún más fruncido, Farel guardó la pistola y se dirigió al baño.
No había parches para la fiebre, así que mojó una toalla en agua y la colocó en su frente para bajar la temperatura físicamente.
Luego trajo un vaso de agua y sacó una pastilla del botiquín, intentando colocarla entre sus labios.
Apenas el sabor amargo tocó sus labios, Evrie frunció el ceño y lo escupió.
—Traga la medicina, es para la fiebre— le ordenó Farel con firmeza.
Evrie mantenía los labios sellados, rehusándose a abrirlos.
—Mi mamá siempre decía que tomar medicina era un capricho—.
Farel se quedó sin palabras por un momento.
a escuchar a tu mamá o al
rostro se ponía más rojo, como si fuera a estallar en
pastilla, pero no logró que
agua y, sujetándole la barbilla con sus largos dedos,
sintió el agua fría
sellados por los del hombre, el sabor amargo se mezcló con la frescura del aliento
tragó la pastilla a
cuando se aseguró de que había tomado la
ojos cayeron sobre su rostro; ella tenía la cara ardiendo, los ojos cerrados, los labios entreabiertos y húmedos, irresistible al punto de querer
la mirada, su nuez de Adán
incluso con fiebre,
efecto, y Evrie, ya confundida por la fiebre, se quejaba sin cesar, sus labios rojos se movían sin parar, murmurando algo incomprensible.copy right
voz sonaba áspera y
giró para cambiarle la toalla, pero de
mi cabeza se siente
mirándola, preguntó: —¿Quieres que me
—Mmm…—
dejó escapar
sonrisa amarga y preguntó en voz baja: —¿Sabes quién soy,
en un susurro
—
una pausa de dos segundos antes
ya no
seguía aferrada a su manga, murmurando
mejor, acercó su oído al lado
tarjeta bancaria… la contraseña de la billetera electrónica… el
Eran pocos números, dispersos.
no sabía
asegurarse de que su pequeño ahorro llegara a manos de
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