Al día siguiente, Evrie abrió los ojos.

Ya era de día y los recuerdos de la noche anterior comenzaron a saltar en su mente, uno por uno. Le tomó un rato recuperar la conciencia, recordando que se había vendido a Farel la noche anterior.

El sonido del agua corriendo en el baño la sacó de sus pensamientos.

Pronto, el agua dejó de correr y la puerta se abrió, revelando la figura esbelta y superior de Farel, con una bata de baño que le colgaba holgadamente, dejando a la vista su pecho musculoso y, más abajo, los contornos de un abdomen marcado…

Aunque ya no era la primera vez, Evrie desvió la mirada, incómoda.

Farel, secándose el pelo con una toalla de manera despreocupada, todavía tenía esa expresión perezosa de la mañana cuando posó su mirada en Evrie, levantando ligeramente una ceja.

—¿De qué te escondes? Si ya lo has visto todo.—

Evrie se volteó y se cubrió con las sábanas, yendo al grano.

—El dinero, quinientos mil en efectivo.—

Farel—…—

Ella realmente no se olvidaba de su propósito principal ni por un segundo.

Él terminó de secarse el pelo de cualquier manera, tiró la toalla sobre la mesa y cogió su teléfono para hacer una llamada. Dio unas instrucciones rápidas para que le trajeran el efectivo.

Como habló delante de Evrie, ella escuchó todo claramente.

Colgó el teléfono y, echándole un vistazo, agitó su celular —Espera media hora y el dinero llegará. No te habrás acostado conmigo por nada.—

de Evrie se enrojeció con

La ropa que había llevado la noche anterior estaba hecha pedazos,

te das un

detenerse y el vapor se enredaba, con gotas deslizándose por el

a su

todo, estaba justo al frente, a

su boca, pensando en pedir prestada una camisa para vestirse y regresar, pero recordando la última vez cuando una camisa de él costaba tanto, que no se podía

mi casa y traerme algo

que pagar cincuenta mil, Evrie

se detuvo un momento y luego señaló el baño —Hay batas de baño ahí, úsalas como

—¿Cuánto cuesta tu bata de

Farel—¿?—

es muy cara, no

los inesperados cincuenta mil que había tenido que pagar

sonreír con ironía. La pequeña desafiante sí que

entró al baño, sacó una bata nueva

bata un

la bata y se envolvió

de la cama

—¿Ya no

mi casa.—

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